viernes, 29 de enero de 2010

Vermut con almejas


Con San Sebastián ya me puse algo nostálgico. Ayer comentaba algunos detalles de los longueirones en Frutos del mar y divagando sobre la posibilidad de probarlos, me di cuenta de que sería improbable, pues no abundan en mi zona. La conserva es el camino más asequible, pues parece ser que también se enlatan. Enseguida recordé haber tomado navajas, y su sabor -sabor de conserva- ya se confundía con los berberechos, las almejas...

¡Ah, las almejas! Ahí ya se me disparó el recuerdo del ayer. Hace cincuenta años -me refiero a Cataluña- las mañanas dominicales, a la hora del aperitivo había que ir a hacer el vermut:

-¡Un vermut -podía ser Martini o Cinzano, pero se trataba de vermut- con almejas!

Se servían en una conchita de cerámica y -además de con limón- se aderezaban generalmente con un aliño -de color rojo pimentón- que conservaban en una botella y con el que rociaban las almejas al momento. Pinchabas la almeja con el palillo, y cuando la mordías -la parte central del bicho era redonda y estaba como inflada- reventaba y llenaba la boca de un sabor muy agradable, que luego, cuanto tomabas un sorbo de vermut, te sabía a gloria.

El tipo y tamaño de la almeja, definía la calidad del local. Se comentaba que en tal o cual establecimiento, el propietario viajaba en la época adecuada al Norte, para examinar, estudiar y decidir, la mejor conserva de almejas -eran una latas grandes, redondas- y compraba una partida para todo el consumo del año próximo en su establecimiento.

No sé porqué se me ha ocurrido recordar estas vivencias del "vermut con almejas", de aquellos tiempos. Bueno, si lo sé. La culpa la tiene mi amigo Manuel Allue, del que soy fiel lector, y quien siempre nos sorprende con sus maravillosos escritos nostálgicos. Y claro, tanto me fijo, que al final también quiero intentarlo, sin conseguirlo. Pero, con el tiempo y una caña...

miércoles, 20 de enero de 2010

Hoy es San Sebastián


El año pasado por estas fechas comentaba que en la actualidad los santos están de capa caída. Ya no se celebra el día del santo –salvando algunas excepciones- y nos conformamos con el cumpleaños.

En la foto -1955-, vemos a mi padre –el primero por la derecha- en una comida que, aunque no era el 20 de enero, coincidió con Bofarull, del restaurante Los Caracoles -Calle Escudillers, Barcelona- de quien no sabemos si celebraba el santo. Lo que si sabemos es que en aquella época se paseaba por Las Ramblas con un coche de caballos y, cuando le veíamos pasar, siempre se comentaba:

-¡Mira! Es Bofarull, del Restaurante Los Caracoles.

Ilustración de

TODOCOLECCION.NET

Los de mi edad -bueno, es lo que yo pienso- nos aferramos más al santo. Será porque ya no solo nos sorprende, sino que nos asusta la cantidad de años. Cuando cumples quince, veinte, veinticinco… es divertido. Pero, cuando las dos cifras -no digo que vayan a convertirse en tres- son ya de números altos, se impone la reflexión.

Como me he quedado pues, sin día del santo, me conformo con el café de media tarde, en la cocina.

¡C’est la vie!